Tedeum
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   Himno litúrgico de acción de gracias, que proviene, en cuanto a la letra, del siglo IV al menos, aunque la prosa rítmica y el estilo bien pudiera remontarse a algún himno triunfal romano adaptado a los usos cristianos.
  Se cita por primera vez en la Regla de San Cesáreo para monjes, que es del siglo VI. Tal vez fue compuesto por él mismo, siendo Abad de Lérins, hacia 502.
   Algunos autores se lo atribuyeron a  San Ambrosio de Milán y la leyenda posterior lo asoció a la conversión de S. Agustín (año 397), sin que sea aceptable este dato. Con todo se le conoció mucho tiempo con el nombre de "Him­no de Ambro­sio".
   Lo absolutamente seguro es que en el siglo octavo se recitaba con claridad en el oficio de la Iglesia. Y que muchas de las frases o versos, que no son estróficos ni regulares, se pueden identificar con textos de autores del siglo III y IV, sin garantía de interferencia y con probable significado de mera coincidencia.
   La  melodía del himno más antigua, que es la que se presenta como tono simple en los manuales, aunque luego se compuso otro tono más solemne, muestra tres aires o zonas diferentes:
  - La primera melodía (versos 1-12) es aparentemente la más antigua y acaso refleje el primer himno que existió tomando del ámbito romano:

    A Ti, Dios te alabamos
        y te confesamos Señor.
    A Ti, Padre eterno
        toda la tierra te venera
    A Ti todos los ángeles y todos
        los poderes del cielo universo.
    A Ti los querubines y serafines te
        pro­claman con voz incesante:
        Santo, Santo, Santo,
        Señor Dios Sebaoth.
    Llenos están los cielos y la tierra
        de la majestad de tu gloria.
    A Ti el glorioso coro de los Apóstoles,
    A Ti el número de profetas te alaba,
    A Ti el limpio ejército de los mártires
        te alaba sin cesar.

    A Ti la Santa Iglesia te confiesa
       por todo el universo.
    Padre de inmensa Majestad
       y declara venerables
    a tu Hijo único y verdadero 
      y al Santo Espíritu consolador.

  - Del verso 13 al 20 añade un desarrollo cristológico, como texto acoplado dirigido a Cristo; se advierte como posterior y diferente del tono trinitario de la primera parte.


    Tú, Cristo, eres Rey de la gloria.
        Tú eres Hijo sempiterno del Padre.
    Tú, para librar a los hombres,
        no temiste encarnarte
        en el seno de la Virgen.
    Tú, vencida la muerte, abriste
        a los creyentes el Reino celeste.
    Tú, sentado a la derecha de Dios
        en la gloria del Padre,
        vendrás como Juez.
    Te pedimos que te acuerdes
        de tus siervos que redimiste
        con tu preciosa sangre.
    Haznos del número de los salvados
        con los santos de la gloria.
     Salva, Señor, a tu pueblo
        y bendice a tu heredad.
    Gobiérnalos y rige hasta la eternidad.
    Todos los días te bendecimos
       y alabamos tu nombre por los siglos.

  1. Y del 21 al 24 son tres frases imprecatorias de misericordia y forman una doxología final cristológica.

    Dígnate, Señor, guardarnos
       este día sin pecado.
    Ten misericordia de nosotros, Señor,
       ten misericordia, y que venga
       a nosotros tu compasión
       porque esperamos en Ti.
    En Ti Señor esperé,
       que no sea confundido jamás.

   En cuanto al contenido de los versos, también se advierten, con una simple lectura, los tres retazos de ideas y sentimientos que dominan:
   - Los primeros doce versos forman un himno completo, probablemente el más antiguo. Terminan los versos 10 a 12 como una doxología final dirigida a Dios Padre.
  - Los versos 13-20 forman un himno a Cristo, que parece complementario, acaso agregado en el siglo sexto o sacado de frases literalmente tomadas de autores del momento.
  - El final, del 21 al 24, es un añadido imprecatorio de misericordia divina.
   El tipo literario de todo el himno, sea del tiempo que sea, es original, en forma de verso suelto y desigual y sin ser estrófico. Ello hace suponer que su composición es más popular y exaltativa que técnica, es decir de un poeta formal.
   Se desenvuelve en forma de frases de ala­banza libre, salidas del corazón, no hechas por un pulidor de ritmos y rimas que somete la idea a la belleza sonora del verso. Es probablemente un himno popular y procesional.
   Como pieza catequística se presta para excelentes comentarios y análisis cristológicos y eclesiales interesantes, sobre todo con catequizandos un poco mayores, que llegan a captar por su madurez el sentido cristiano del agradecimiento a Dios.